martes, 19 de julio de 2016

Los que pringaron.

La imagen de el Valle de los Caídos, que la izquierda rechaza, acoge victimas de uno y otro bando, y es, en cierto modo , el reconocimiento por parte de Franco de que la lucha de los que le plantaron cara era tan legitima como la suya. No sé de ningún país donde haya ocurrido algo similar.

La fecha del 18 de julio provoca, en prensa y redes sociales, una avalancha de comentarios reivindicando héroes que lucharon por la libertad. No hubo tal cosa.

 En su inmensa mayoría, los personajes principales, de uno y otro bando, eran caciques movidos por intereses espurios, cuya lucha por el poder personal, llevó a España a una guerra civil. Para saber que estos personajes no eran demócratas basta leer las declaraciones y discursos que se pueden encontrar en las hemerotecas.

 En cuanto al resto, la gente, el pueblo, fueron enrolados, con independencia de su ideología si es que tenían, en el bando que controlaba la provincia tras el levantamiento. Puede que en las grandes ciudades, donde poder no quedó claramente establecido, los milicianos pudieran elegir bando, pero en la mayoría de sitios no fue así y hay que tener en cuenta que la población de entonces era, principalmente, rural.

 La provincia de Zamora, donde nací a mediados de los cincuenta, quedó en manos de los sublevados desde el primer momento, con lo que mis paisanos fueron luchadores franquistas. ¿Por convicción? 

 En mi infancia no se hablaba de la guerra. Yo escuchaba frases como “cuando la guerra los lobos le mataron veinte ovejas al tío Fulano” o “cuando la guerra íbamos a Portugal a comprar jabón”; nada más. Nadie hacía apología, cosa extraña siendo los ganadores.

 Cuando preguntabas por los combatientes te decían: “se llevaron al tío Tal, al hijo del tío Cual, a tu tío… Juanito se escondió en el pozo, en el horno, marchó al monte para  que no lo pillaran…” Un hombre, propietario de un bar en un pueblo vecino, al que conocí de adolescente, marcho andando, evitando patrullas de una y otra filiación, hasta llegar al pirineo francés, donde se hizo monje y vivió cuatro años en un convento de clausura. Nadie me dijo “yo fui voluntario”.

 Pringados, no héroes.

 En mi comarca natal y en toda la provincia, por lo que sé, la izquierda se llevó la peor parte, pero no por ideología. Se aprovechó para pasar cuentas de rencillas antiguas y apropiarse del patrimonio del oponente, que pudo ser militante de la UGT y pudo haber dicho que “cuando gobernemos nosotros, te quitaremos todo lo que tienes”. En las zonas que quedaron bajo el control del Frente Popular ocurriría lo mismo, sólo que pagando el pato un simpatizante de Acción Popular.

 En mi opinión, todas estas venganzas se cometieron, en uno y otro bando, por “delincuentes” locales amparados por el caos y no por una autoridad superior.

 Contaré una anécdota que me afecta directamente.

 En los primeros días de la guerra, gente de un pueblo vecino, venía robando leña, regularmente, en el término municipal de mi pueblo, del que mi abuelo materno era concejal.
 El consistorio decidió dar un escarmiento, enviar una patrulla e incautar las caballerías a los ladrones pillados en plena faena. Para recuperarlas deberían pagar una multa.

 Pocos días después, a mi abuelo lo interpeló una patrulla armada. Como no lo conocían personalmente, le preguntaron por él mismo.
-         ¿Dónde vive Fulano de Tal?
 Mi abuelo intuyó problemas y les indicó la dirección opuesta a la de su domicilio; a continuación apresuro el paso, entró en casa, cerró puertas y ventanas y cargó la escopeta con postas. Todavía no sabía que ya el alcalde, el maestro y todas las personas de cierto prestigio habían sido encerrados en la escuela.

 Poco después apareció la patrulla, que, sin mediar palabra, disparo contra mi abuelo, que vigilaba desde una ventana en el piso superior. Mi abuelo disparó y uno de los asaltantes cayó fulminado. El segundo disparo dejó herido a otro y un tercero, que pretendía entrar por el hueco de la chimenea también recibió plomos.

 Los agresores huyeron, dejando un muerto y el herido del tejado; pero la reyerta no estaba zanjada. Unos días después se corrió la voz de que los agresores iban a volver con refuerzos y todo el pueblo se armó para esperarlos.

 El incidente había llegado a oídos de la autoridad superior que envió un destacamento militar. Los soldados detuvieron y desarmaron a los contendientes antes de que llegaran a encontrarse a tiro.

 Como consecuencia, mi abuelo y el instigador del otro bando, que no había matado a nadie, al menos esa vez, fueron detenidos y condenados a muerte, en juicio sumarísimo. Ambos cumplieron la misma pena, en las mismas cárceles, primero en Zamora y luego en Madrid y ambos fueron indultados, tras siete años de prisión, el mismo día.

 Yo podría protestar por que mi abuelo era inocente. Pero, en una situación difícil, esa decisión un tanto injusta, seguramente era la mejor manera de resolver en conflicto sin que una de las partes se sintiera agraviada.

 El papel de la Iglesia es controvertido y, como cualquier institución, tiene claroscuros. Pero, si nos situamos en el tiempo, probablemente un 75% de la población era católica practicante. En las urnas, no habría salido adelante ninguna medida contra ella y, en una democracia, no hay ninguna manera de justificar medidas que van en contra de los deseos de la población.

 Si me lo permitís, contaré otra anécdota; esta muy breve.

 En mi pueblo no hubo ningún muerto por represalias (el que mató mi abuelo era foráneo) y todos los vecinos atribuyen el mérito al párroco.
 Parece ser que los piquetes  de la Falange pasaban de vez en cuando.
-         ¿En este pueblo hay comunistas? – preguntaban al cura.
-         No. Aquí todos son buenos cristianos – contestaba él, cometiendo pecado de mentira.

No era un santo. Una vez, la pareja de la Guardia Civil vino con él a casa de mi abuelo paterno, uno de los que no eran buenos cristianos.
-         ¿Usted porqué no le paga al señor cura lo que le corresponde? – preguntaron.
-         Bueno, yo le arreglo al señor cura las sotanas y la ropa de la iglesia y tampoco me paga – contestó mi abuelo.
-         ¿Es verdad eso, señor cura?
-         Es verdad, es verdad.
-         Entonces quedar con Dios – dijo el guardia civil.

 Mis abuelos perdonaron, y yo he perdonado. ¿A que esperáis los estáis mucho más lejos de aquel horror?

 La ideología no tiene el derecho de hurgar en las heridas. La historia se ha de asumir sin complejos.

 La revancha fue la culpable de los crímenes y no debemos reanimarla.